lunes, 12 de noviembre de 2007

Títeres con cabeza

Este sábado pasado llegó por primera vez a mis oídos la palabra Bululú. Según una de las definiciones dadas por la RAE, es un farsante que antiguamente representaba él solo, en los pueblos por donde pasaba, una comedia, loa o entremés, mudando la voz según la calidad de las personas que iban hablando.

En la iglesia de San Nicolás, en Segovia, actuó un titiritero argentino, que realmente me emocionó. El bululú, llamado Horacio, desde la apertura de las puertas para que la gente entráramos y nos acomodáramos hasta el inicio de la función, permaneció inmóvil en el escenario, sentado en una silla con los brazos y piernas cruzadas, cual títere esperando que su manipulador le enganchara para comenzar el espectáculo.
De repente la luz se encendió, y Horacio "despertó". Vestía de negro y, mientras se colocaba los guantes que daban vida a las diferentes marionetas, contaba con su acento melifluo y suave, el porqué de ser titiritero, el porqué de ser un bululú.
Presentó y manipuló sus personajes. Algunos hablaban, otros simplemente se expresaban moviéndose. Pero todos ellos transmitían una dulzura especial. Hacían reír, pero de manera sencilla podía traspasarse la débil frontera que delimita la risa y el llanto.

Mientras admiraba la actuación me preguntaba: ¿qué vida habría tenido Horacio?, ¿en qué medida sus personajes eran el reflejo de sus andanzas, de sus sentimientos?. Pero sobretodo, pensaba el tipo de persona que era para que, en los tiempos que corren, su trabajo consistiera en intentar sacar una sonrisa a la gente y dejarla dibujada en su rostro a través de sus títeres.

1 comentario:

Soulman dijo...

Pienso que un artista es siempre alguien que fabrica sueños, de alguna manera, en algún momento toma forma en sus manos, como un ceramista dando forma al barro de su vida, se materializa aún sin poder tocarse, esto debe ser un bululú a juzgar por tus palabras. Si no, vèase el film "Cómo ser John Malkovich" y entrelácense conjeturas...