lunes, 7 de enero de 2008



-¡ Ya están al final de la calle!-.

-¡Ya suben las escaleras!-.

-¡Sed buenos que sino no os dejan nada¡-.

Mi tío incluso bajaba al portal y llamaba al timbre para que supiéramos que ya habían llegado...

Así nos engañaron piadósamente durante años los padres y familiares, mientras nosotros, los niños que éramos, ilusionados y sobretodo asombrados, intentábamos explicar cómo podían llegar los reyes al mismo tiempo a casa de Manuel, que había pedido una bici, a casa de Carmen, que quería la barriguitas negra y a casa de Luis, al que se le había antojado la colección de playmobil.

El día 6 de enero éramos los más felices y los más obedientes. Comenzábamos a hacer nuevos méritos para que al año siguiente los reyes volvieran a traernos casi todas las cosas pedidas. Salíamos a jugar con los amigos y vecinos del barrio y a enseñarles los regalos. Al final de la tarde-noche, tenían que bajar a buscarnos a la calle para acostarnos porque éramos capaces de empalmar ese día con el siguiente para no tener que dejar parados los juguetes.

Según mi memoria, siempre tuve sospechas de que esto de los reyes era un "timo". Por supuesto, mis dudas fueron alimentadas por los comentarios de mis hermanos mayores, dispuestos a que su hermana pequeña estuviese al corriente de las "últimas noticias". Por ello, no fue demasiado traumático el hecho de que una tarde fría de fiestas navideñas, con nieve en las calles, al no poder salir a jugar, revolviese la casa de arriba abajo y encontrara, tras la cortina del salón, los regalos (lo"reyes" no se habían esmerado mucho en esconderlos...). Las sospechas fueron confirmadas.

La noche de reyes pasada, mis sobrinas, hijas de mis primas, volvieron a hacerme recordar aquellos momentos de emoción y fantasía que había perdido. La familia crece y las ilusiones renacen.